sábado, 11 de noviembre de 2017

Tus campos me rechazan.
 Me maldice la lumbre juvenil de tus esteros.
Tus hermanos me miran rencorosos porque soy un forastero.

Óscar Castro


Milvago Chimango (Tiuque)


Pájaros sobre Dalmacia


Y por la tarde fuimos súbditos.
Vimos encorvarse el día a través de la fina reja anticaídas.
Fuimos dos profesantes mirando a lo lejos,
esperando el grito desgarrador de las paradas nupciales.
Las batidas de las aves eran enormes,
y nosotros allí, cuerpo semiagachado,
cabeza arriba y ojos cerrados,
brazos descolgándose sobre los muslos,
escuchando el feroz combate que rayaba nuestro cielo próximo,
la voz desgarrada de un Milvago Chimango presumiendo el triunfo estacional que le adueñaba de la joven hembra.
Fue imposible evitar abrir los ojos para ver al triunfante falcónido acercarse a dar la vuelta sobre su avión rozando desafiante nuestro mirador del quinto piso.
El fin de los combates aéreos dio paso al verano, para así, multiplicar nuevas aves rapaces indistinguibles de las anteriores.
El proceso fue imperceptible para el joven idólatra que, por largos días,
a pesar de mi ruego, esperó sobre el balcón la fuerza de los alaridos de nuestro Alter ego hasta dormirse con la postura de niño sacrificado por los Incas.
Y así fue como inyecté al niño mi primera religión, aquella en la que estoy proscrito,
La de los vasallos de cuellos gruesos y rojos,  
La de las creyentes manchadas con las anilinas de las moras y el maqui.
La de los siervos mutados en centauros que araban la tierra con su zarpa,
La de las mujeres arrullando sus hijos envueltos en trapos,
La de los cursos de regadío interminables que perforé con mis piernas.

Así conté a mi hijo, en mi antigua lengua de silencio y monosílabos mi exilio de la tierra.

                                    Juan del Camino


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